Buenos días amiguitos y
amiguitas. En medio de la vorágine veraniega, la actualidad, la vida, no se
detiene. Hace años, llegados a estas fechas, mi principal preocupación era
prepararme, en todos los sentidos, para mis vacaciones de verano. Suponía un
esfuerzo, dejarlo todo listo en el trabajo, las prisas típicas bajo esa falsa
amenaza de que si no estaba todo terminado no te podías ir. El bañador, las
maletas, toda la impedimenta necesaria, imprescindible, para disfrutar de 15
días de playa. El deseo, la paciencia, la lánguida espera mientras el
calendario desgranaba, día a día, el lento discurrir del tiempo hacia la tierra
prometida, generalmente en el norte, que me iba a permitir desconectar de la
rutina acumulada durante 365 días.
Desde hace tiempo mi vida ha
cambiado mucho. Ahora no tengo esa preocupación laboral, no tengo trabajo, no
tengo que correr por los pasillos para conseguir las facturas y cerrar el IVA
antes de irme. Ahora, cuando voy de vacaciones, viajo al sur, cuesta abajo,
gracias a la generosidad de un familiar de mi pareja, y gracias,
fundamentalmente a ella, que me dió la oportunidad de compartir su vida.
Gracias mi amor. Y ahora, sin embargo, desearía vivir esa urgencia, “padecer”
esas prisas. Sin embargo, sorprendentemente, ahora parece que existiesen muchos
más problemas.
Por un lado me afectan los que me
son propios, fundamentalmente la ausencia de trabajo, y más allá, la
desesperante frustración de no ser requerido, ni siquiera, para realizar
entrevistas. Parece como si la actividad se hubiese paralizado por completo.
Por otro lado los problemas colaterales, observar, por ejemplo, los problemas
laborales que acucian a las personas que quiero. No la posible pérdida de su
trabajo, sino la permanente presión a la que se ven sometidos, como si la tensión
existente en el ambiente debiese transcribirse, literalmente, a los trabajadores
de cualquier empresa.
Obviamente no pudo abstraerme de
la situación general, una riada de problemas, conflictos, malas decisiones,
dramas, etc..Parece que la riada nos alcanzado con fuerza incontrolable, todo
lo arrastra, como una torrentera que se lleva por delante cualquier cosa que se
sitúe en su camino.
Hoy creo que se puede decir, sin
temor a equivocarnos, que nos han intervenido, y temo muy mucho que los tiempos
por venir sean aún más duros, más difíciles y más sufridos. Los hombres de
negro, cuando vengan, curtidos por la aparente impersonalidad, por los dramas
vividos en Grecia, Portugal e Irlanda, amparados en el bien común, no admitirán
ruegos ni súplicas. Tengo la impresión de que todas las decisiones, a partir de
ahora, se tomarán con fría eficiencia germánica. No deja de ser curioso que
algo que yo siempre he echado de menos en este país, un toque germánico, que
creo que siempre nos faltó para ser realmente grandes, realmente buenos, pueda
ahora tornarse en fría mano de verdugo para cercenar esperanzas y ahogar
ilusiones.
Hoy también es el día después de
la llegada de la “marcha negra” de los mineros a Madrid. No puedo ocultar que,
en principio, siempre me voy a poner de parte de los trabajadores. No hay que
buscarle tres pies al gato, no voy a pecar de pátinas ideológicas, ya comenté
en otro blog que siempre he creído que la política, en esta tierra que tenemos
la suerte y la desgracia de habitar, se confunde con la pasión futbolera. Si
los que han de dirigirnos, a partir de ahora, son fríos, seámoslo nosotros
también. Mi preferencia por el trabajador se debe a que en más de 20 años de
carrera profesional los casos que he conocido, así como lo que me han ido
contando las personas de mi entorno sobre sus propios trabajos, me han llevado
a ratificarme en la idea de que los empresarios emprendedores, los que
realmente merecen la pena, los que hacen todo lo posible no solo por su
empresa, sino porque sus trabajadores se sientan parte de la misma, se
impliquen, busquen, a través de sus esfuerzo, el progreso de la organización y
el personal, son una minoría. Abundan los gorrones, los que a despecho de sus
propios intereses a largo plazo, buscan exprimir al máximo todos los recursos a
su disposición para obtener un diezmo, que en una visión cortoplacista, ojo al
palabro tan de moda, les satisface, cumple sus expectativas, pero que a largo
plazo solo redunda en mala gestión, desilusión y problemas.
En este caso, como no podía ser
menos estoy de parte de los trabajadores, de los mineros, de los profesores, de
los bomberos, de los albañiles, de las personas que trabajan en oficinas y
despachos, estoy a favor de todos. Si se llegó a determinados acuerdos con los trabajadores
de la industria minera, hay que cumplirlos. Pero estoy, decía, a favor de todos
los trabajadores, en contra de los privilegios, que los ha habido y que los
hay. No entiendo que haya trabajadores que se puedan jubilar con 50 años, me da
igual si son mineros o banqueros, o trabajadores de Telefónica, mientras el
común se jubila, de momento, a los 67. No entiendo que haya personas
privilegiadas, porque creo que esos privilegios se cobran, o deben cobrarse,
puntualmente, con la nómina, no prolongarse con otra serie de ventajas o
prebendas cuando las ventajas y prebendas desaparecen para los demás.
Ahora bien, el problema, como
siempre, como no podía ser de otra manera, debe ser resuelto, o debería haberse
resuelto, por parte de las personas con capacidad ejecutiva para ello. Si ahora
no hay dinero para los sufridos trabajadores de la mina es, en muy buena
medida, porque se derrochó, como hacen los malos empresarios, en una diáspora
de beneficios, regalos y atenciones centrales, autonómicas y locales. Lo
dramático del caso es que seguimos en la misma tónica. Tenemos los brazos
doloridos de apretar gaznates de individuos sangrados y diezmados hasta el
extremo. Sin embargo, nos resistimos, se resisten, como un bañista nadando
desesperado hacia la orilla sorprendido por la mala mar, a apretar, a exprimir,
a aquellos que aún se encuentran en condiciones de dar algo. Se baja el sueldo
y se elimina la paga de navidad de un funcionario que cobra 1.000 Euros al mes,
y se mantienen coches oficiales para personas que dejaron su labor pública hace
años.
Se que habrá quienes me digan que
los mineros es lógico que se jubilen con 50 años porque realizan una actividad
muy delicada que afecta a su salud. No tengo nada que alegar. Conozco casos de
personas que se jubilaron, después de trabajar en Telefónica, con 50 años con
pensiones complementadas por la empresa. Sobre el tema de la salud pondré un
ejemplo. Mi padre comenzó a trabajar con 13 años, ingresó en la empresa con 14
años. Trabajó allí durante 49 años. A él, como a otros 15 compañeros más,
mayores todos de 60 años, les ofrecieron prejubilarse encubriendo un despido.
La cantidad que le correspondía a mi padre como indemnización por despido, en
ese momento, era de casi 17 millones de pesetas. Harto de trabajar, de sufrir,
de pelearse con el día a día todos los días, como hemos hecho todos, decidió,
para evitar ir durante dos años a sentarse en una silla a mirar la pared,
aceptar una indemnización de menos de 4 millones de pesetas. Se prejubilaron 16
personas. Año y medio después 13 de ellos habían fallecido. Mi padre no era
minero, trabajaba en contabilidad. La empresa, a la que entregó su vida,
terminó matándole 9 meses después de jubilarse con 64 años.
Estoy a favor de los mineros,
estoy a favor de todos los que luchan cada día, de los que se pelean con el
tráfico o con el metro, con una nómina que cada día es más exigua, con un mes,
que cada vez es más largo. Y estoy con ellos porque los que deberían actuar con
responsabilidad, con criterio, con altura de miras, los que deberían pensar a
largo plazo, los que deberían dar ejemplo, lo dan, pero justo de lo que no hay
que hacer.
Bss
Tiened mas razon que un santo, pero lo malo es que luego, la gente sigue votando a los mismos en lugar de botarles, seguimos sin salir a la calle a defender lo que tanto costo a gente como tu padre, ganar, etc...
ResponderEliminarSomos culpales o, como minimo, complices.
Si, lo somos.
ResponderEliminarllevo tiempo diciendo que tenemos que hacer algo, por nosotros mismos, sin estar dirigidos por nadie.
La indiferencia nos mata, o si no lo hace, terminará por hacerlo.
Me voy a la puerta del congreso y luego a atocha.
ResponderEliminarUn abrazo