Buenos días amiguitos y
amiguitas. Hoy vuelve a ser lunes, es cierto que la selección ganó ayer,
brillantemente he de decir, en un magnífico partido de fútbol. Lo demás sigue igual.
Los primeros incendios veraniegos, a este respecto creo que mientras en este país,
E.S.P.A.Ñ.A., es decir, Estado Sobre sahariano Para Apañaos Ñapas y
Aprovechados, paradigma de la impunidad, no se tomen medidas serias nos
encontraremos siempre en la misma situación de incendios descontrolados con 17
focos, maltrato animal, caza furtiva (excepto de elefantes), etc. Las primeras
retenciones en las carreteras. Las primas de riesgo por las nubes. Las
entidades de crédito intervenidas. Suma y sigue.
Lo de ayer, lo del partido, no ha
resuelto nada, lógicamente. Además, parece ser que cada uno de los
internacionales se embolsará la nada despreciable cantidad de 300.000 Euros. Lo
que, en definitiva, supone más gasto en esta época de ahorro forzado, para la mayoría. Yo,
personalmente, preferiría que acudiesen de manera gratuita. Por su deseo de
representar a España, de ganar títulos y solidarizándose, de paso, con el
conjunto de una población esquilmada, maltratada y no tan privilegiada como
ellos. No obstante he de manifestar que me gustó el partido. Que en este
momento ver jugar a España, de esa manera, es un auténtico deleite para los que
nos gusta el fútbol, y que durante 90 minutos, si te concentras en lo que es,
un partido de fútbol, no diría yo que llegues a olvidar la realidad implacable,
pero la postergas. Es como ver una buena peli, y hasta ahí me parece loable y
deseable.
Pero mi reflexión de hoy, de
corte marcadamente veraniego, ya es Julio, así que supongo que es lo que toca,
gira más en torno a las vacaciones, la playa, el mar y sus derivados. Me
encontré el pasado viernes ante una imagen que tomaba forma en mi cabeza.
Plácidos bañistas que observaban
las cristalinas aguas de una playa, indecisos ante la temperatura aún fresca de
las mismas. Todos alineados constituyendo una especie de frente, una línea continua
paralela a la orilla.
Frente a ellos, a prudencial
distancia, en el agua del mar, sumergidos pero atentos, observándolo todo sin
ser vistos, una línea igual de firme y continua de tiburones. Sustituyamos
tiburones por diputados, senadores, alcaldes, concejales, miembros de consejos
de administración de entidades quebradas, rescatadas o por rescatar. Prestos ellos
a devorar a todo aquel que se introduzca en su territorio. Con absoluta
impunidad. Esa impunidad, esa sensación de inevitabilidad me condujo a otras imágenes.
Personajes surgidos de las
páginas de los periódicos, de las revistas de sociedad, de los banquillos de
los juzgados más chic, de las familias más egregias. Altos, bien parecidos, sonriendo
sin escrúpulos, mostrando unas dentaduras perfectas, alejadas de las sierras
maléficas y mortales de los tiburones.
Tiburones todos, devoradores de
hombres, de personas, de sueños. Unos cumpliendo, simplemente, su función biológica
en el mar, al menos mientras les dejen, mientras no se convierta en deporte
real o morganático, mientras no se ponga de moda esquilmarlos. Otros llevándose
todo por delante mientras puedan, sueldos astronómicos, prebendas inimaginables,
jubilaciones eternas, comisiones inabarcables para un simple “bañista”. Devorándolo
todo, un ayuntamiento, una diputación, una comunidad autónoma, un país. Mordiendo
aquí y allá, pues de eso se trata, de mordidas, sin piedad, sin freno, como un
niño o niña introducido en una tienda de chuches puesta a su merced. Si, ese
niño o niña que tanto preocupaba al candidato, que con todos esos estantes y
cajones repletos de dulces no es capaz de centrarse en uno y camina picoteando
en cada uno de ellos con insaciable voracidad.
Señores con traje de Saville
Road que picotean comisiones, sueldos,
ventajas, y que una vez saciados, se retiran con indemnizaciones inalcanzables
para la inmensa mayoría.
Y mientras, el bañista, tú, yo,
cualquiera, mordido, destrozado, sin trabajo o con uno precario. Maltratado,
roto, cocinado vuelta y vuelta, a impuestos directos e indirectos, sin pensión
asegurada, sin presente, sin futuro, solo el necesario para cancelar la
hipoteca, permanece allí, mirando el mar. Piensa si meter el pie, si podrá
aguantar otra dentellada.
Hasta cuando? Pues hasta el infinito y más allá, porque
ellos, los tiburones, nunca se sacian, nunca tienen bastante, nunca piensan que
ya es suficiente. Porque mientras sigamos metiendo el pie en el agua, en la
vida, mientras sigamos tolerándolos, seguirá habiendo tiburones que se aprovecharan
de esa impunidad para dar rienda suelta a sus más evidentes instintos.
Se hace necesario terminar con
una nota de humor en este Julio neo nato. Vayamos a ello:
- ¿ Por qué no ataca un tiburón a un político?
- Por deferencia profesional.
Bss


Hasta que nos decidamos a hacer algo...
ResponderEliminarNunca olvides que los culpables somos nosotros...
Si. Tienes razón.
EliminarLo comentaba el otro día con unos amigos, debemos hacer algo, aún mejor, hagamos todo lo necesario para "limpiar las aguas".
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo