A veces se hace muy difícil
empezar el día con ilusión, más difícil ahora, más difícil para aquellos de
nosotros que engrosamos esa ominosa lista mensual que nos califica, lenta pero
incansablemente, como ciudadanos de primera, que más o menos pueden seguir con
su vida normal, y ciudadanos de segunda, que ya no sabemos de donde sacar
dinero para nada.
Además, aquellos de entre
vosotros que tenéis la “fortuna” de tener un puesto de trabajo os enfrentáis a
otra situación difícil. La presión se ha incrementado ostensiblemente en los últimos
tiempos. Parece como si al calor de las terribles circunstancias los
empleadores, empresarios, jefes, y demás personas con capacidad directiva
aprovechasen para cargar sobre los humildes asalariados una carga extra.
Me perece increíble que cuando
vamos a trabajar tengamos que aguantar, además, los genios, humores y
situaciones personales de los que nos mandan. Eso es, en definitiva, ser
profesional. Si tienes problemas personales debes ser lo suficientemente bueno
como para, a pesar de que tu cara refleje un rictus de seriedad, hacer tu
trabajo sin volcar tu propia frustración sobre los demás, no os parece?
De cualquier manera, yo, hoy, a
pesar de todos los pesares, a pesar de la tristeza que se empeña en acompañarme
desde hace algún tiempo, a pesar de que mi situación no es para tirar cohetes,
hoy, decía, he decidido encarar este jueves, tan distinto del de la semana
pasada cuando aún estaba de vacaciones, tan distinto de un jueves muy lejano en
el tiempo pero que recuerdo muy bien, en el que tenía trabajo, e iba a ir por
la noche al aeropuerto a recoger a la mujer que amo, tan diferente de otros
jueves en los que las cosas eran muy distintas, hoy, me he propuesto vivir este
día con alegría, con ilusión, con esperanza.
Ayer por la tarde salí de casa
para recoger un paquete que me traía mi madre. Mientras esperaba, pude ver volando,
muy alto, una cigüeña. Posteriormente se le unió otra. Describían círculos cruzándose
en el aire. Era un vuelo majestuoso. La paz que transmitían. La imagen de
poder, de majestad, de calma absoluta, me provocaba una sensación que me
resulta difícil describir. A veces cuando veo el sol ponerse en la playa. Cuando
observo el mar, los árboles, los pájaros, la naturaleza, tiendo a divagar, con
una cierta dosis de melancolía. Pienso que hay algo mágico, imponente, inabordable, absolutamente ajeno a
nuestros problemas, a nuestras frustraciones, a nuestras desdichas. Algo único,
elevado, diferente, embriagador, que me proporciona una suerte de alegría élfica.
Pienso que por mal que vayan las
cosas, por muy difícil que sea nuestra situación personal, siempre existen
cosas por las que merece la pena vivir, cosas que merece la pena observar,
disfrutar, y que seguirán estando ahí para cuando las cosas mejoren, que seguirán
estando ahí siempre.
Solo hay dos aspectos que me
provoquen esa sensación, la naturaleza y la mujer a la que amo. En esos casos
me siento más fuerte, en esos casos recobro la esperanza. Sé lo que diría un
psicólogo al respecto, aprovecho para recomendaros una película argentina
llamada “No sos vos, soy yo”. La figura del psicólogo está interpretada por Marcos
Mundstock de Les Luthiers. De todas formas, yo, como pobre mortal que soy,
necesito apoyarme en las personas, en las cosas. Reconozco mis debilidades y
reconozco que, a veces, son más fuertes que yo, pero hoy no.
Hoy quiero sentir esa esperanza,
esa convicción de que las cosas terminarán por salir bien. El convencimiento de
que dentro de no mucho tiempo podré, podremos, retomar nuestra vida normal. De
que a no tardar demasiado las aguas volverán a sus cauces. Sé que es difícil
compartir esta esperanza en estos momentos, en los que hasta el Defensor del
Pueblo andaluz en funciones dice, en su comparecencia en la Junta , que los ciudadanos
están hasta el gorro de los políticos. En estos momentos en los que el
presidente del Gobierno es presentado como primer ministro de las Islas Salomón. En
los que cazar elefantes parece una bofetada en el rostro de cada uno de
nosotros. En estos tiempos, en fin, en los que sería mejor dormirse, hibernar,
hasta que escampe de una puñetera vez.
Pero no lo puedo evitar, hoy
recuerdo esas cigüeñas de ayer por la tarde. Recuerdo una sonrisa, un gesto, un
abrazo, una llamada telefónica, un aeropuerto, el mar y los elefantes, con su
paso majestuoso y pausado, mientras les dejen, y pienso que eso estará ahí para
siempre, que todas esas cosas son maravillosas, que tener la oportunidad de
verlo, de vivirlo, nos convierte en seres privilegiados.
Perdonad esta digresión tal vez
melancólica, tal vez romántica, pero cargada de esperanza, de ilusión, de
fuerza.
Ánimo, coraje, fuerza, porque
podemos, porque podremos.
Bss
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