martes, 19 de junio de 2012

Ilusiones

Buenos días:

Leo hoy, concretamente en el Diario El mundo, que el partido de ayer, correspondiente a la Eurocopa 2012 entre España y Croacia, fue seguido por televisión por 14.265.000 espectadores, llegando a ser visto a las 22:37 horas por 18.136.000 y me he parado a reflexionar sobre ello.

Muchas veces se ha comentado y se ha escrito que el fútbol es el actúal opio del pueblo, un entretenimiento carísimo que sirve, fundamentalmente, para distraer la atención, especialmente en momentos tan delicados como los que vivimos.

He de reconocer que me gusta el fútbol, no me dieron muchas opciones. Me crié en una familia de marcado carácter futbolero, madridista para ser preciso, y poco a poco, tanto el juego con los amigos en la calle, como el poder verlo, en directo en el estadio, o por televisión, terminaron por convertirme en un auténtico adicto.

Reconozco también, mea culpa, que pasé por algunas fases de auténtica enfermedad, cuando un fin de semana se convertía en un carrusel de partidos de distintas categorías y de distintas ligas de diferentes países. Luego, poco a poco, me fui desenganchando, hasta el punto de que solo veía partidos de mi adorado Real Madrid y los partidos importantes de la selección española.

No obstante siempre permaneció en mí algo del niño que se entusiasmaba ante la celebración de un Mundial , y en menor medida, de una Eurocopa. Eran acontecimientos mágicos en los que podía ver a la selección de mi país enfrentada a los gigantes de ese deporte: Brasil, Argentina, Alemania, Italia, Inglaterra, etc...

Siempre pareció acompañar a la selección una especie de maldición bíblica que impedía, sistemáticamente, que pudiesemos brillar a nivel internacional. Era la misma situación que podía vivirse en una olimpiada. Ya podía haber un representante español en doma clásica, p.ej., que llevase dos años arrasando en competiciones internacionales, cuando llegaba el momento de la verdad una incomprensible conjunción de elementos hacían que el caballo brincase como una pelota o que el jinete tropezase con un pelo. Indefectiblemente los representantes de España dilapidaban sus opciones conduciéndonos a un sonoro o callado fracaso.

El deporte español ha cambiado mucho con el paso del tiempo. Ha cambiado tanto que ese fatalismo existencial que nos hacía pensar que por buenos que fuésemos terminaríamos perdiendo se ha tornado en una confianza ilimitada. Las selecciones de fútbol, baloncesto, balonmano, fútbol sala, Rafa Nadal, Fernando Alonso, los chicos de las motos, todos parecen ahora abocados al triunfo.

Estoy dispersándome porque en realidad yo quería reflexionar sobre otra cuestión. Por qué más de 18 millones de personas vieron ayer el partido?. Un país carecterizado por unos naturales iconoclastas que renegamos de la obligación y de la autoridad, de los símbolos, del país mismo. Que soltamos tacos, venablos y ristras con la sola mención de nuestros representantes, que pensamos que este país, el nuestro, el que nos ha tocado vivir y padecer, es poco menos que una mierda, y que sin duda, si pudiéramos, hubiésemos preferido nacer en Bonn, en Chartres, en Windermere o en Idaho, nos sentamos a ver a la selcción de fútbol por televisión.

Tal vez toda esa sobreexposición televisiva, ese flamear inesparado de banderas rojas y amarillas en los balcones y terrazas se deba a algo tan simple como la ilusión.

Cuando todo va mal, cuando, de hecho, parece difícil que pueda ir peor, necesitamos ilusión, esperanza, algo a lo que agarrarnos, algo que nos diga que en conjunto, aunque sea por medio de alguien que nos representa, somos alguien, que merecemos la pena, que valemos. Algo que nos mantenga cargados de energía, algo que nos permita escapar a la dramática rutina que vivimos.
Algo que nos ilusione.

Todos necesitamos ilusión, todos necesitamos esperanza, todos, en algún momento, hemos esperado durante horas una llamada de teléfono, el timbre de una puerta, algo que nos indique que otra vida, otra situación es posible.

Recuerdo que después de los atentados del 11-S escuché que alguien había desplegado una pancarta en Nueva Jersey llamando a Bruce Springsteen, diciéndole Bruce, te necesitamos.

Es exactamente eso a lo que me refiero, necesitamos algo que nos ayude, que nos ilusione, que nos rescate. No hablo del B.C.E., ni de 100.000 millones de euros que servirán para rescatar a los poderosos de sus excesos. Hablo de algo que nos demuestre fehacientemente que otra realidad es posible.

Tal vez esté equivocado, y esos más de 18 millones de personas que ayer a las 22:37 estaban viendo el partido obedezcan a algo tan simple como que hacía calor, que tendemos a trasnochar y que no ponían nada mejor en la tele. O tal vez fuésemos simples aficionados al fútbol que exprimimos esas circunstancias para imponer a la familia, a la pareja o a los amigos, un partido de fútbol en horario de máxima audiencia.

Pero tal vez   responda a una necesidad perentoria de ilusión. A la necesidad profundamente humana de apoyarse en algo para poder sacar la cabeza de debajo del agua. A la necesidad de demostrarnos a nosotros mismos que lo que parecía imposible, que la selección de fútbol ganase algo se hizo realidad, por duplicado, tal vez por triplicado, y que, por eso mismo, puede que nosotros también consigamos lo que parece imposible, poder salir de esta y volver a nuestras monótonas y relajadas vidas cuanto antes.

Bss 

No hay comentarios:

Publicar un comentario