Buenos
días amiguitos y amiguitas. Llevo tiempo dando vueltas a la idea de escribir
sobre los trágicos sucesos del Madrid Arena, cúmulo de desgracias y ejemplo
pragmático y definitorio de lo que es este país. Esta idea se ha ido forjando
en mi cabeza desde el primer instante, desde que tuve conocimiento de lo
sucedido. No obstante, he dejado pasar el tiempo, observando, escuchando,
mirando el lento transcurrir de los acontecimientos, y la idea preconcebida que
se materializó los primeros días no solo no ha desaparecido sino que ha
arraigado con fuerza.
A
mí personalmente me parece, a muy grandes rasgos, un caso paradigmático de la
corrupción imperante a todos los niveles. Se trata, obviamente, de un suceso
trágico y lamentable. Pero también constituía una oportunidad de demostrar eso
que el egregio personaje define como política con mayúsculas, una oportunidad.
Así
ha sido finalmente, la oportunidad de esconderse, de no tomar medidas y de
seguir estafando conciencias, voluntades y bolsillos. No dejaré en esta
reflexión títere con cabeza, porque me parece que todos los actores de la
tragedia son responsables, a distintos niveles, pero responsables. Soy
plenamente consciente de que en una situación extrema, de pánico, nadie puede
conocer a priori cual será su reacción, y que personas inteligentes, moderadas,
pueden comportarse de forma sorprendente. Yo no estaba allí, no obstante
entiendo que no podemos usar la permanente enajenación mental transitoria como
un mantra irrefutable que todo lo justifica.
Para
mí la responsabilidad, en los asuntos de calado, siempre circula en dirección
vertical y sentido ascendente. Es
evidente, no obstante, que uno debe ser responsable de sus actos, aunque en
este pedazo de tierra a medio camino entre el Sáhara y el infierno en la tierra
parece como si la responsabilidad se pudiese diluir como un azucarillo en un
enorme vaso de agua. Tan es así que he llegado a considerar la posibilidad de
que el responsable de la tragedia del Madrid Arena sea mi perro, que el día de
autos, completamente ajeno a la desgracia, dormía, placidamente, en el sofá.
No
excluyo de responsabilidad a los asistentes, en dos direcciones. En primer
lugar los encerrados en el maldito pasillo, vomitorio o corredor. Vuelvo a
manifestar mi comprensión hacia las reacciones humanas en momentos de máxima
tensión, no obstante, no termino de entender qué lleva a un grupo de personas a
forzar el paso por una zona cuando debía ser evidente que no se podía pasar o
acceder a las zonas colindantes por esa vía. Más aún, esa mentalidad de si
empujo forzaré el paso, esa forma de aplicar el “teorema del punto gordo” para
alcanzar el punto de corte de dos rectas paralelas, esa costumbre tan arraigada
de paso por cojones, tan característica de este país y que se puede apreciar
debidamente en un trayecto en metro en hora punta es algo que escapa, como agua
entre los dedos, a mi capacidad de comprensión. Escapa aún más la actitud que
lleva a una persona a ver que alguien cae al suelo y pasarle suciamente por
encima, pisoteando su cuerpo, su vida. Responsabilidad menor, en todo caso y en
mi opinión, debido a la tensión del momento. Responsables también quienes se
encontraban fuera del recinto y, careciendo de entrada que les diera derecho a
acceder al mismo, acuden en masa y ejerciendo su perfecto derecho de hacer lo
que les sale de los mismísimos, ingresan en un espacio restringido pisoteando
los derechos de los sí acreditados. Algo tan habitual aquí que se ha convertido
en norma de conducta. Intenta hacerlo en
un concierto en El Paso, Tejas, y verás lo que es la lluvia. Lluvia de hostias
claro. La semana pasada tuve un ejemplo magnífico de ese tipo de actitud en el
aeropuerto. Familiares y amigos que esperábamos a nuestros seres queridos. Unos
cuantos que deciden que la barrera que separa las salidas de la Terminal no está situada
para ellos. Se acumulan en un espacio restringido dificultando el paso de las
personas que abandonan la Terminal,
en el ejercicio de su derecho de pasarse por el forro las normas del
aeropuerto, claramente establecidas y explicadas en paneles informativos, así
como de las más elementales normas de
urbanidad y educación. Conclusión, atascos en la salida, pasajeros que deben
esperar a que los susodichos saluden efusivamente a sus allegados y un guardia
de seguridad que pudo comprobar como sus intentos de establecer cierto orden y
hacer cumplir las normas vigentes se tornaban ridículos. Para eso están las
normas, para que las cumplan los demás, a mi me la sudan.
Absolutamente
responsable el organizador del evento. En la propia página del recinto se
explica que su aforo es de 10.500 personas. La voracidad recaudatoria, el fin
que justifica los medios, el deseo de enriquecerse de la manera más rápida sin
importar los resortes que haya que mover, sin dar ninguna trascendencia a los
métodos que se utilizan, sin importar absolutamente nada la forma ni el fondo,
tienen siempre un precio, un precio que siempre pagamos los mismos, un precio
que se puede apreciar con claridad rotunda cuando ocurren luctuosos sucesos
como este y que, habitualmente, pasa desapercibido en un mar de dinero público
que “ no es de nadie” como dijo la ex ministra zapateril. Modus operandi lógico
en alguien acostumbrado a lidiar con cargos públicos sobornados o sobornables,
en alguien que amparado en el tan manido
“si no pasa ná” que circula en las altas esferas, está acostumbrado también a
pasarse normas y reglamentos por el forro.
Responsabilidad
absoluta en el ay-untamiento de Madrid, porque en mi opinión esto sucede porque
ellos no han tomado las medidas que deberían haber adoptado para que no suceda.
Ellos son los responsables de ejercer cuantas acciones sean necesarias para
garantizar que en un espacio de dominio público arrendado para la celebración
de un evento se cumplan, a rajatabla, todas las normas y reglamentos habidos y
por haber. Responsables en varias, si no todas, direcciones. Cuéntale ahora a
un tío de las afueras de Sydney que queremos organizar unos juegos olímpicos y
que vaya al Madrid Arena a ver las competiciones de Judo, por ejemplo. Que es
una instalación moderna, segura y sostenible. El dinero invertido en la candidatura,
que solo dios sabe dónde va y por qué caminos circula, supongo que servirá de
poco. Claro que viendo cómo funcionan los verdaderos resortes del poder lo
mismo nos los conceden, por ser una ciudad organizada, metódica y responsable.
Responsable
máxima la alcaldesa. No la conozco personalmente, no frecuentamos los mismos
círculos. Tengo entendido que su marido, el ex presidente del milagro económico
español, ese consistente en que todos comprásemos 27 ó 28 viviendas, dijo en su
día que su esposa no tenía vocación política, para afirmar ahora que siempre
quiso dedicarse a la política, más concretamente, que su sueño era ser
alcaldesa de Madrid y que, válgame dios, ella es la persona que Madrid
necesita. Creo que la Doña
ha perdido una magnífica oportunidad de cesar a todo cristo relacionado con la
tragedia y luego inmolarse ella misma en la hoguera de las vanidades que tanto
les calienta. Eso, en mi opinión, hubiese sido lo decente, pero…
Eso
sí, lo que importa, lo mollar, saca a tu perro de paseo. Acude a uno de los
muchos parques públicos de Madrid. Suelta su correa para que pueda correr un
rato disfrutando de una aparente libertad. Observa como corre como el viento,
sonriendo, sí, los perros también sonríen. Mira como pasa junto a esos bancos
del parque donde se trafica con sustancias de dudosa procedencia y aún más
dudosa legalidad. Y prepárate porque puede que haya algún miembro del orden
público que te multe por llevar a tu perro sin correa.
Tal
vez yo sea un idealista, o un imbécil o tal vez deba entregarme, sin armas, sin
ambages, a la Botella.
Bss