lunes, 16 de junio de 2014

¿Qué es ser español?


Buenos días amiguitas y amiguitos. Me propongo hoy escribir un relato, largo y que puede llegar a parecer confuso, que pretende exponer lo que yo entiendo que es algo que nos  define por encima de cualquier otra característica. Algo que siempre me ha dejado un tanto perplejo y que en todas las ocasiones en las que lo he presenciado, que han sido muchas, me ha producido una sensación de vacío, de dolor, de desesperanza.

Puede parecer que esta reflexión no lleva a ningún puerto, a ninguna conclusión, que no es sino un farragoso intento de ser leído y, por tanto, comprendido en mi tristeza, pero no es así. Hay un nexo de unión entre todos estos pensamientos que conducen, de forma inexorable, a un resultado final que explica, en mi modestísima opinión, la razón de buena parte de los males propios, presentes y futuros.

Hoy, tras una noche de dormir bien y poco que sucede a otra de dormir mal y poco, cuando debería estar disfrutando de un plácido y reparador sueño, he aquí que me encuentro delante de la pantalla, frente al teclado, intentando hilvanar una reflexión que refleje lo que para mí es una realidad tan palmaria como el de Troya, el Palmar quiero decir.

Anoche fui espectador, sufriente y dolido, de la debacle de la selección de fútbol en su debut en el Mundial y de ahí arranca este relato. Entiendo que, como es habitual, a partir de hoy mismo, supongo que desde el pitido final anoche, comenzará un proceso, creciente, de desacreditación, mofa, escarnio, insulto y final defenestración de jugadores y técnicos. La expresión del dolor, la molestia, el desánimo, tiende, aquí, en España, a tornarse en cabreo mayúsculo e indignado frente a todos los que no cumplen las expectativas.

Frases como: ”son una mierda”, “están acabados”, o incluso, “son unos hijos de puta”, se convierten en muletillas excepcionalmente útiles para expresar nuestra sagrada opinión y juzgar y dictar sentencia como corresponde a tan entendidos expertos en esta o cualquier otra materia.

Mi corazón tiembla al pensar en que ocurrirá cuando un día, que no puede estar ya muy lejano, el grandioso, imperial y cuasi divino Rafael Nadal Parera, cometa el oprobio de ser eliminado en semifinales, o en segunda ronda de Roland Garros. Cuando sus carreras hacia el pasillo de dobles le dejen a 10, 20 o 30 centímetros de la bola. Cuando su derecha con Top Spin, o la carga de su liftado hagan que su resto se vaya largo o se incruste en la red.

Nosotros, el pueblo, amén de ser entendidos en cualquier materia, de ser expertos tanto en mecánica de fluidos, como en cine italiano de los 60, no podemos tolerar, en forma alguna, que quien nos representa, lleva nuestra bandera o comparezca en evento internacional del tipo que sea, no cumpla las expectativas, sean cuales fuesen.

Administrativas con sobrepeso, cajeros de banco alopécicos, repartidores con tatuajes de amor de madre, ninis en busca de su unidad de destino en lo universal, etc..cualquier ciudadano, del tipo que sea, tendrá, mejor dicho, se arrogará el derecho de expresar su sagrada, inviolable e indiscutible opinión diciendo aquello de : “Nadal es una mierda. Está acabado. En realidad, nunca fue tan bueno”.

Yo, iconoclasta casi por vocación, no pretendo manifestar que no deba ejercerse una adecuada y mesurada crítica, pero fijémonos, por un instante, en el paisaje circundante.

Un país con una deuda de casi el 100% del P.I.B. Una tasa de paro del 25,9 %, con una tasa de paro juvenil, esto es en menores de 25 años, del 55,5%. Con una tasa de abandono escolar del 23,5%. Con un resultado de 484 puntos en el informe PISA, 10 puntos inferior a la media de los países de la OCDE, que nos sitúa en el puesto 33. Con un nivel de corrupción, al más alto nivel, que haría palidecer a los compradores de votos profesionales del Foro Romano de la época tardo republicana, etc, etc, etc…

Personalmente, ante esta realidad, me pregunto: ¿Hay alguien con autoridad moral para criticar a otro?, ¿Podemos, en nuestra infinita sabiduría, denostar a la selección?, o más bien ¿ No será que en un país de mediocres no toleramos que nadie destaque y esperamos ávidamente el tan necesario ajuste de cuentas?

Para mí, todo, la deuda, el paro, el abandono escolar, el informe PISA, la corrupción, etc. Tienen su origen, si se quiere primigenio, en la educación. Todo se reduce a un problema de educación, de buena educación.

Estamos tan pagados de nosotros mismos que nos creemos con derecho, luego nos proclamamos republicanos, de escarnecer a cualquiera por cualquier cosa. Me pregunto, ¿Cuántos administrativos, médicos, profesores, notarios, repartidores, bomberos, etc, han sido, o son, los mejores del mundo, de Europa, de España, de su provincia, de su ciudad, de su comunidad de vecinos, en algo?

Creo que esa mala educación es causa de todo esto: la selección de fútbol, la de baloncesto, el imperial Rafa Nadal, Contador, los chicos de las motos, Fernando Alonso, Javi Gómez Noya, Pérez Reverte, Mariano Barbacid, Amancio Ortega, Juan Oró, Julio Iglesias, y yo que sé cuantos más no son, o eran, unos privilegiados que, favorecidos por las circunstancias y de forma completamente inmerecida, se elevaron sobre los demás. Más bien al contrario, nosotros, los demás, mediocres, normales, obtusos hasta decir basta, nunca hemos sido capaces de reconocer el extraordinario mérito de quienes destacan por su brillantez, su profesionalidad, su sacrificio, su esfuerzo. Eso es lo que te conduce al éxito, pero nosotros, los demás, esperamos, aguardamos con paciencia maléfica, a ver pasar ante nuestra puerta el cadáver del supuesto enemigo, porque una vez materializado el hecho biológico inevitable estaremos a su misma altura, convertidos en polvo, y eso, amiguitos y amiguitas, es, ante todo y sobre todo, una extraordinaria falta de educación.
Bss

viernes, 21 de marzo de 2014

La hora de las alabanzas


Buenas noches, amiguitas y amiguitos. Largo tiempo hace que no me acerco a estas páginas y tiene que ser un acontecimiento triste, luctuoso, el que me lleve a escribir otra vez, a plasmar en un papel, virtual, mi pensamiento, mi sentimiento.

He dejado pasar ocasiones pintiparadas, la visita de la infanta de naranja, o infamia de limón, según se considere, a los juzgados de Palma de Mallorca. La conmemoración del décimo aniversario de la matanza salvaje del 11 M. El escándalo perpetuo  de los psoERE de Andalucía, etc.

Hoy lo que me mueve a escribir es el próximo, el cercano, fallecimiento de Adolfo Suárez.

He leído algo a cerca del proceso de transición de la dictadura a la democracia. Os puedo citar como mis fuentes fundamentales: el libro sobre transición de Victoria Prego, así como el escrito por Joaquín Bardavío. He visto, varias veces, la magnífica serie de igual título de la propia Victoria Prego. He leído, así mismo, los libros sobre Suárez escritos por Luis Herrero y Fernando Ónega.

No pretendo pasar por una persona suficientemente documentada sobre este apasionante periodo político, ni sobre la personalidad, no menos apasionante, del añorado Adolfo Suárez, pero sí creo poder manifestar una opinión algo más documentada que la del común.

Cuando alguien conocido fallece, mi madre suele exclamar: “le llegó la hora de las alabanzas”. Es algo muy típicamente español, al menos así lo considero, vituperar, menospreciar, injuriar incluso a un personaje público para tornar en cañas las lanzas cuando el finado pasa a mejor vida. Y digo mejor vida no solo por mi condición de creyente en una u otra forma de mas allá, sino porque pirarse de aquí, aunque sea en la barca de Caronte, es pasar a mejor vida.

La hora de las alabanzas le llegó a Adolfo Suárez antes de su fallecimiento, como en justicia no podía ser menos, pero es también cierto que una parte muy sustancial de esas alabanzas le llagaron cuando el podía oírlas, pero no podía escucharlas, o si podía, ya carecían, probablemente, del más mínimo interés para él.

No voy a glosar los méritos, indiscutibles, del Presidente Suárez, no voy a hablar de su talante, este real, de verdad, de su capacidad de seducción, de su carácter de animal político puro. Por otra parte soy muy consciente de la presión y el vacío al que sometió a Areilza, alguien mucho más del régimen que él. Del ostracismo, al que contribuyó, de Torcuato Fernández Miranda, verdadero arquitecto del tránsito legal a la democracia. De los sin duda muchos defectos que poseía, como todos, pero que solo en el caso de los verdaderamente grandes quedan paliados y disminuidos por sus virtudes incuestionables.

Últimamente, me estoy deteniendo con especial fruición en el periodo histórico comprendido entre 1935 y 1945, y más concretamente en la segunda guerra mundial. No me centro tanto en la guerra civil, porque los más que insignes representantes de la cultura del “estado español”, antes España, se han encargado de ofrecerme una visión completa, didáctica, equilibrada y profundamente enriquecedora de esa tragedia nacional.

Me detengo especialmente en el personaje de Winston Leonard Spencer Churchill. Otro grande entre los grandes, un hombre cargado de defectos, probablemente decimonónico, imperialista, racista y trasnochado, pero dotado de una arrolladora personalidad, de inteligencia, de oratoria, de una talla política, de un carácter, que sirvieron para mantener, el solo,  todo el peso moral del Reino Unido durante los fatídicos años de la guerra, amén de ser un magnífico escritor. Premio Nobel de literatura, para más señas.

Me permito establecer este paralelismo entre estos dos titanes de la política Europea del último siglo. Es cierto que existen numerosísimas diferencias, personales y coyunturales, pero eran grandes.

Ahora, busque, compare y si encuentra algo mejor….cómprelo. En estos tiempos en los que los acontecimientos planetarios no nos dejan ver el bosque. En momentos en los que un imbécil, cualquier imbécil, con tal de que sea útil puede ocupar cargos de relevancia, incluso de la máxima relevancia. Cuando el fascismo, disfrazado de progresía in-madura, se apresta a justificar lo injustificable, siempre que sean sus acólitos los encargados de ilustrarnos. Ahora, hoy, cuando llega esa hora de las alabanzas para alguien que de verdad fue una personalidad notable, ahora es cuando personalmente uno más desearía poder generar, como si de una cadena de montaje se tratase un Winston o, al menos, un Adolfo.
D.E.P.

 

Bss